4.11.10


Sent to bottom. A los 26 viví sola. Lloré mucho en las noches pero las mañanas eran siempre hermosas: vivía sola. Tenía una cama matrimonial, entonces dormía junto al regadero de libros que subrayaba todas las tardes como idiota. Estaba idiota y sola. Fui pregunta tras pregunta, todas en torno a una misma cosa. A los amigos les decía que eran preguntas sobre la escritura, pero ahora sé que sólo era eso: el misterio personal. Una simple duda que una vez formulada no te suelta a menos de que la resuelvas. Yo andaba tras eso, claro, sola. Fue algo que tomó muchas formas: increíbles, indecibles, de dudosa moral, ilícitas. Cambió mi carácter, se hizo muy amargo. Luego me desbordó el ansia de control. Cuando ya no estuve sola me dolían mucho las ganas de volver a ese recinto pequeño, a esa vida simplificada donde toda la fuerza se dirigía a una misma investigación. Y vinieron los días de "aprender a vivir con ello", de trabajar por el mínimo sin pretender más de mí que el contacto humano. "Dar la mano a alguien...", y tantas veces lo hice tan mal. Luego la locura: querer construir la felicidad sobre un pozo sin cimientos, lo cual no resultó tan mal pero se caía a cada rato, y feo. Cuando ya no me calmaban ni los puñetazos en las paredes ni el ruido de cosas que se rompen pedí ayuda y alguien me escuchó. Se dio cuenta de que la duda necesitaba ser reformulada y volví a los libros de hace cuatro años. Volví a lo antes subrayado, algo me había hecho subrayarlo entonces, intuía la respuesta pero sólo recientemente la vi. La leí y quedó clara. Lo pronuncié en voz alta y me cambió la vida.

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