1.7.10




Los días se alargan, el trabajo se amontona y hay sobreproducción y no para. Me duelen los codos de tanto estar contra el escritorio y todo el ejercicio del mundo no alivia esa pena en particular, esa dolencia de carne pellizcada por los huesos. Tras el parado de cabeza, ¿cómo transformo toda la fruta de temporada en músculos? Los proyectos de verano avanzan bien, inesperadamente, aunque desbaratando deadlines y escurriéndose sin fecha. Igual que los cheques, se retrasan, van muy a su ritmo, van mucho más lento que todo lo demás, como seres que vienen de visita desde el pasado y no se hacen responsables del presente. Quincenas de 20 días, me explica papá, es por eso que no salen las cuentas. Sin embargo sale, todo lo demás sí sale. Ahora más planes de moverse, de ir otra vez en autobús con los cuatro audífonos conectados a una misma salida de audio y hay plan de estar una semana como turista en mi propia ciudad (al menos una). ¡Los filtros! Los filtros funcionan de maravilla, van surgiendo y todo es como se calculaba o mejor, salvo la historia que no emerge pero tiene que hacerlo. En mi fondo de pantalla hay un retrato de Buñuel hecho por Salvador Dalí y este fin de semana el gran hallazgo fue una pelea por celos entre insectos (escarabajo y grillo). Ya no soy el saltamontes que se pasea todo el verano y en invierno se muere de hambre, me parezco más a la hormiga que tiene litros de cerveza y fiesta salvaje en la temporada de encierro. Pero esto tampoco es verdadero; más bien soy la niña que inserta alfileres en los pequeños cadáveres, emocionada con su colección de miniaturas. Hago miniaturas. Un cine al aire libre para bichos con películas mudas, animación detenida y live action. Tiempo detenido. Aprendo y no aprendo nada. Tengo planes y no hay plan. Van saliendo las cosas y no salen, mi coche avanza y se mata: no es una carrera ligera, es lenta, hay tráfico pero traigo buena música y ahí voy...

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